Y es que ese jueves cambió para siempre
mi relación con Alexandra. Fue un punto de inflexión en nuestra extraña
relación y el principio de un cambio radical que ocasionó que me
obsesionase más por ella y que dicha obsesión me produjera cada vez más
morbo y deseo fetichista. Ese jueves con su jersey gris y camisa blanca
iba a ser el principio de algo que a día de hoy me sigue pareciendo
alucinante y aún no me creo que llegase a pasar todo lo que pasó.
Solo sé que al ver que ella no reaccionó
mal a mi beso en su cuello (en realidad ni bien ni mal, no reacciono
simplemente, permaneció como siempre fría, distante y antipática como si
nada hubiera pasado) pero eso me dio mucho valor para a continuación
seguir explotando todo ese deseo morboso contenido que tenía por ella.
Por lo que unos segundos después de ese
beso en el cuello le dije: “Alexandra, levántate”, ella no reaccionó,
estaba como en babia absorta en sus pensamientos y como si no hablase
con ella. Por lo que volví a repetir: “Alexandra, por favor, levántate” y
yo mismo la forcé a levantarse ayudándola con mis manos. Ella se quedó
de pie impasible, fría, distante, callada, borde, inaccesible y con ese
gesto de antipatía que siempre había en su rostro. Lo cierto es que era
una chica muy rara, extremadamente rara, pues por una parte de su rostro
no desaparecía esa especie de altivez con esa pose arrogante, engreída,
soberbia y orgullosa como con superioridad moral pero, por otra parte,
se dejaba besar y hacer lo que yo quisiera hasta ese momento. Era un
cocktail muy raro. Una chica muy rara pero precisamente eso era lo que
le daba tantísimo morbo y que fuese tan apetecible, más que ninguna otra
chica.
Y todo eso me excitaba, me excitaba
mucho, más que ninguna otra de mis alumnas, cierto que la mayoría de mis
alumnas tenían la edad de Alexandra (17 años) y probablemente algunas
fuesen más guapas y estuviesen más buena que ella, pero ninguna
desprendía tanto morbo como ella. Sobre todo porque a pesar de su
aparente madurez, seriedad y frialdad estaba seguro de que era todavía
virgen, segurísimo, desprendía virginidad por los cuatro costados, se
notaba, y eso acrecentaba mucho más el morbo y el deseo hacia ella.
Y el verla ahí de pie delante de mí así
tan alta (medía más de 1,70), ancha de hombros y espalda (por eso
siempre le quedaban tan bien los jerseys con camisa), tan elegante, tan
pija, tan guapa con sus ojos verdes y su cara redondita hacía que yo
estuviese cegado completamente por ella. ¿Qué apenas tenía tetas por lo
poco que se marcaba en ese jersey gris? sí, es cierto, pero me daba
igual pues todos sus demás encantos me tenían loco.
No dejaba de mirar los cuellos de su
camisa por fuera del jersey, siempre me encantaba fetichistamente
sacárselos por fuera del jersey, y le dije: “te quedan muy bien así los
cuellos de la camisa por fuera del jersey, deberías llevarlos siempre
así, estás más guapa y elegante”. Ella no contestó ni dijo nada. Fría
sin decir nada y con ese rostro tan inexpresivo que nunca sabía qué
estaba pensando. Su cara nunca me daba ninguna pista de qué pensaba o si
estaba molesta por algo. Pero dado que permanecía muda con su cara
engreída, orgullosa y altiva pasé de comerme más la cabeza y
directamente me dejé llevar por mis instintos.
¿Y qué me pedía mis instintos? pues
comerla ese cuello tan precioso que tenía, me lancé a comerle ese cuello
adolescente. Primero lentamente, suavemente, saboreando cada centímetro
de su cuello. Y mientras lo hacía la abracé y bajé mis manos hacía su
precioso culito y ahí empecé a acariciarlo. Ese culo tan fabuloso
embutido en esos vaqueros que tan bien le quedaban. Lo cierto es que lo
que más me fascinó más fetichistamente eran sus jerseys y camisas pero
también sus pantalones me cautivaban mogollón. Era una chica muy
elegante casi sin proponérselo.
Es más, estoy seguro que nunca buscó ser
guapa ni elegante ni estar buena, lo escondió, pero era tal el morbo
que desprendía que ni escondiéndolo bajo esa sequedad, antipatía y
frialdad conseguía aplacarlo. Además estaba seguro que era la primera
persona en toda su vida que la acariciaba el culo así a través del
vaquero. Lo sabía. Se notaba. Jamás había estado antes con un chico. Yo
lo notaba. Y eso me daba un morbo adicional mucho mayor. Y si soy
sincero también me da mucho morbo que permanecería así petrificada, fría
e inmóvil como si nada de esto estuviera pasando. Dios, qué rara era
pero como me gustaba que fuese así.
Me encantaba masajear su culo por encima
de su vaquero. Ese culo que nunca nadie antes había tocado. Ay, ese
vaquero que tan fabulosamente bien combinaba con el jersey gris y la
camisa blanca. Cómo me molaba fetichistamente cómo vestía así de formal,
recatada y pija. Y tal acumulación de morbo y fetichismo ocasionó que
me acelerase. Recuerdo perfectamente que me dije a mi mismo que parase
en ese momento y lo dejase para el siguiente día.
Que por ese día ya había conseguido
mucho y que debía dosificar mis avances con ella. Ir poco a poco,
lentamente saboreando mis avances día a día y disfrutando así de su fría
sensualidad los siguientes días. Tenía miedo de que si me excedía
demasiado Alexandra acabara reaccionando y parándome los pies. Aunque
era difícil de saber qué pensaba con esa cara tan inexpresiva, esa
frialdad, esa antipatía y esa mirada ambigua que desprendía que no podía
saber si le estaba gustando u horrorizando. Y si, me dije a mi mismo
que parase y lo dejase para otro día, pero una cosa es la razón y otra
el instinto.
Y desde luego mis instintos eran todo
menos racionales por lo que sin darme cuenta le subí bruscamente el
jersey. Llevaba ya por los menos dos meses viéndola vestir así en plan
pija con jersey y camisa, y aunque fetichistamente eso me ponía mucho,
estaba harto de tanto jersey y no verla bien la camisa. Fue una gozada
levantarla ese jersey gris hasta la altura de sus tetitas y poder ver
así su camisa blanca. Cierto que era una camisa blanca normal y
corriente pero fetichistamente eso a mí me daba igual pues me lancé a
besar los dos pequeños bultos que se marcaban en dicha camisa.
Como ya he dicho muchas veces Alexandra
apenas tenía tetas, solo dos pequeños bultos de nada, pero me daba igual
pues empecé a besar y chupar esos dos bultos con pasión, y empecé a
acariciárselos, y a besarlos más, hasta empapar su camisa blanca con mi
saliva y empezar a transparentar un poco su pequeño sujetador. ¿Cómo
reaccionó ella a esto? pues de la forma que menos me podía esperar pues
permaneció inmóvil, quieta, inexpresiva, distante, muy fría y con esa
actitud de indiferencia, altivez y bordería que la caracterizaba. Yo no
podía creérmelo que no reaccionase ni dijera nada.
Era tan rara. Era una chica tan rara. Es
que era muy difícil de comprender y asimilar su comportamiento pues
estaba comiéndola las tetas a través de su camisa blanca (y además con
la certeza absoluta de que era el primer chico que le hacía eso en toda
su vida) y ella impasible, fría y gélida como si eso no fuese con ella.
Como pensando en otra cosa, como en las nubes y como si nada de eso
estuviera pasando. Y, si soy sincero, lo cierto es que esa sumisión a mí
me ponía bastante, no es solo que Alexandra a sus 17 años apestase a
virginidad sino que se dejaba hacer impasible, inexpresiva, indiferente y
sumisamente esas caricias y chupetones por encima de la ropa. ¿A quién
no le iba a motivar tan tremenda dosis de fetichismo y morbo? A mí desde
luego me volvía loco jugar así con ella y me trastocaba más que ninguna
otra chica que he conocido en mi vida. Era como un juego muy raro pero
muy morboso a extremos casi enfermizos.
Sinceramente no sé ni cuánto tiempo
estuve así chupando por encima de su camisa blanca sus pequeñas tetas,
quizás puede que fueran unos 10 minutos, ni lo sé ni me importa, solo sé
que lo que hice a continuación no sé si fue lo más coherente pero si lo
más sensato y razonable. Y es que tranquila y pausadamente le bajé su
jersey gris y le dije que ya era la hora de irse y que nos veíamos el
próximo día.
Ella inexpresivamente como siempre cogió
su abrigo, se lo puso y se fue como si nada de esto hubiera pasado.
Como si hubiera sido un día más de clase en la academia. Como si todo
fuera normal, coherente y lógico. Es que no me canso de decir lo rara
que era Alexandra pero cómo me ponía a mí ese comportamiento tan
inexplicable e impredecible. Y, lo más importante, que me seguía dando
carta blanca para seguir avanzando los siguientes días.
Y sí, vaya que si seguí avanzando como
explicaré en el siguiente capítulo, porque ese jersey gris con camisa
blanca fue el primero de muchos que aún quedaban por llegar y que me
iban a proporcionar el mayor morbo de toda mi vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Escribe tu comentario sobre este relato