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Alexandra (parte 1)

Lo que voy a narrar a continuación ocurrió hace ya bastantes años, casi 10 años, pero es uno de esos recuerdos que nunca se pueden olvidar y tampoco tengo ningún deseo por hacerlo. Yo acababa de montar mi academia, creo que llevaba con ella apenas un año y durante todo ese tiempo por supuesto me había fijado en algunas de mis alumnas pero, a pesar de que algunas fuesen guapas o estuviesen buenas, nunca sentí verdadera atracción por ninguna de ellas. Hasta que conocí a Alexandra, claro, porque nunca nadie me ha obsesionado y trastornado tanto como ella y nadie volvería a hacerlo.

Si soy sincero la primera impresión que tuve de Alexandra su primer día en la Academia no es que fuese muy especial. Ella debería tener unos 17 años y me pareció una chica extremadamente tímida, reservada y retraída. Los siguientes días confirmé que aparte de esa timidez resultó ser muy seria, borde, distante, fría, antipática y sobre todo tenía ciertos aires de marquesa como de niña pija. Estaba claro que a pesar de que intentaba esconderlo bajo su timidez no podía disimular lo pija y niña de papá que era. De todos modos a pesar de que ya en ese primer momento me quedé prendado de lo guapísima que era y lo buena que estaba no llegué a pensar que me llegase a colar tanto por ella.

No sé si fue al tercer o cuarto día cuando empecé a reparar cómo intentaba disimular su gran belleza y cómo evitaba que nadie se diera cuenta del potencial que tenía. Empezando por su forma de vestir. Siempre, absolutamente siempre, todos los días iba vestida por el mismo patrón, es decir, un jersey con una camisa debajo y unos pantalones. Todo así en plan muy clásico pero elegante. Nunca dejó de llevar su jersey con camisa con pantalones. Y aunque combinaba de maravilla cada uno de los jerseys con sus camisas, y estos con sus pantalones, no es que se pudiera decir que fuese una ropa muy femenina al vestir; incluso hasta se podría decir que era demasiado varonil siempre así con jerseys y camisas sin variar nunca su estilo. Como escondiendo su feminidad y su potencial sensual.

Y si su forma de vestir no variaba nunca menos aún su peinado porque siempre lo llevó su bonito pelo castaño recogido en una coleta, un pelo que combinaba de maravilla con sus intensos ojos verdes. Como si no quisiera que nadie se percatase de lo guapísima que era con el pelo suelto. Aunque puestos a ser sinceros tenía sus defectos físicos, a pesar de su gran belleza, el más evidente que tenía poquísimo de tetas, casi nada, y aunque a priori jamás pensé que me colaría tanto por una chica con tan poco de pecho sí que lo hice.

La cuestión es que al cabo de unos días Alexandra empezó a darme morbo, no sé exactamente porqué, era una mezcla de varios ingredientes. Por una parte esa forma de vestir tan recatada, mojigata, varonil y virginal me producía el anhelo de querer desnudarla, de quitarle capas de ropa. No dejaba de pensar que estábamos todavía a finales de octubre y que hasta marzo por lo menos no vendría solo en camisa. Es decir, me quedaban muchos meses de seguir viéndola siempre en jersey y camisa. Por otro lado que fuese tan extremadamente borde, tímida, callada, reservada e introvertida le añadía más morbo porque le daba un aire tan inocente y virginal que me ponía mucho, totalmente diferente al resto de las alumnas de la academia. Alexandra no es que solo fuese virgen sino que estaba seguro al 100% que ningún chico le había dado ni siquiera un beso.

Mi siguiente paso fue algo muy infantil e inmaduro por mi parte, pues todos los días en determinados momentos cuando nadie me veía le hacía una foto disimuladamente con el móvil y luego por la noche en mi casa me deleitaba viendo las fotos de cada día y contemplando el jersey y la camisa que había llevado cada día. Siempre tan elegante, pulcra y formal vistiendo. Siempre con los cuellos de la camisa metidos por dentro del jersey. Era el sumun de la formalidad en el vestir. ¡Y qué morbo y fetichismo me daba eso!

El momento decisivo de esta obsesión fue un jueves por la tarde, lo cual era previsible, pues los jueves por la tarde de 7 a 8 la única alumna que tenía en la academia era Alexandra. Por lo que ese jueves discretamente y sutilmente mientras le estaba explicando algo delante de su ordenador coloqué mi mano en su hombro. Toqué por primera vez en mi vida su jersey. Podía notar perfectamente cómo eso la alteró internamente y es que sabía con total seguridad que era la primera persona en su vida que le ponía una mano en su hombro. Yo lo sabía y eso me daba un morbo total. Por supuesto que era un hecho normal y cotidiano de lo más inocente tener mi mano ahí en su hombro mientras le explicaba algo delante de su ordenador, pero en el caso de Alexandra era un logro brutal de un fetichismo total. Tocar su hombro por encima de ese jersey azul oscuro que llevaba ese día me excitó sobremanera.

Y ella no dijo nada durante todo ese rato. Permaneció callada y tímida como siempre. Lo cual me animó a no quitar la mano de ahí. Sé que objetivamente era una gilipollez absoluta y algo absurdo pero para mí era tremendamente sugerente y excitante. No sé cuánto tiempo estuve con la mano ahí. Quizás no llegase ni a 10 minutos. Pero que durante esos 10 minutos ella no dijese nada supuso un morbo adicional a que otro día podría volver a repetirlo.

Esa semana estuve súper impaciente deseando que llegase el jueves siguiente. Quería repetir lo del jueves anterior. No. Repetirlo no. Quería avanzar. Necesitaba avanzar. Y además ese jueves siguiente estaba preciosa como siempre con un jersey negro y una camisa blanca. Sutilmente volví a colocar mi mano en su hombro mientras le explicaba algo delante del ordenador. Ella impávida y quieta como siempre. Súper tímida y callada.

Yo como si nada empecé a pasar mi mano tímidamente por su hombro pero de forma muy lenta para ir tanteando si ella mostraba en su rostro algún gesto o reproche. Pero no. No hizo ni dijo nada. Así en plan sumisa y reservada como nunca. Desprendiendo un morbo y fetichismo total. Yo estaba muy ilusionado pero tampoco quería hacer nada para cagarla porque me podía caer un paquete muy gordo como profesor si ella se cabrease o alterase. Lo único que llegué a hacer ese jueves mientras acariciaba su hombro izquierdo con mi mano derecha fue colocar mi dedo índice en el cuello de su camisa blanca, pero solo colocarlo, para ver si reaccionaba. Como no reaccionó pensé en no tentar más a la suerte por ese día y al cabo de unos minutos dejé de tener mi mano en su hombro.

Por las noches no hacía más que mirar las fotos del móvil que disimuladamente le hacía durante toda la semana. Era increíble cómo me fui obsesionando con cada uno de sus jerseys y sus correspondientes camisas. Y se me hacía eterno tener que esperar hasta el siguiente jueves para poder volver a acariciar su ropa; y ahí la suerte sí que me acompañó pues justamente el martes por la tarde el otro alumno que venía me dijo que no podría venir por lo que solo estaríamos esa tarde solos Alexandra y yo. El poder adelantar dos días mi ritual de acariciarla por el hombro tímidamente me llenó de alegría y entusiasmo.

Además ese día estaba preciosa, aunque bueno, ya todos los días me parecía preciosa combinase como combinase su ropa, con un jersey azul oscuro y una camisa azul claro. En cuanto tuve oportunidad me acerqué a colocar mi mano en su hombro mientras le explicaba algo delante del ordenador. Ella impasible y tímida como siempre sin decir nada. Empecé las caricias por ese jersey azul oscuro hasta que llegue al cuello de la camisa la cual titubee si tener el valor de llegar a acariciarla.

Me lo pensé varios segundos que se me hicieron eternos pero al final me decidí y muy sutilmente agarré de forma suave el cuello de su camisa entre mis dedos y empecé a acariciarlo. Fetichistamente eso me puso mucho. Saber que era el primer chico que en toda su vida le había tocado el cuello de la camisa me ponía un montón. Y además me daba muchísimo morbo que, a pesar de que ella se estaba dando cuenta perfectamente de lo que estaba pasando no mostraba ningún cambio en su tímido rostro, como sumisamente aceptando lo que pasaba porque no sabía cómo tenía que reaccionar.

Esa docilidad me excitaba mucho. Era todo tan morboso. Y en medio de todo ese morbo mi dedo índice acariciaba tanto el cuello de su camisa azul como su propio cuello, y me encantaba tanto el tacto de una cosa como la otra. Ese primer día que acaricié el cuello de su camisa fue un gran subidón para mí. De todos modos no quise forzar más ese día y no avancé nada más. No quería que bajo ningún concepto ella se alterase ni reaccionase.

Tras todo lo conseguido estaba claro lo expectante y ansioso, incluso histérico, que estaba para que pasarán esos dos días del martes al jueves. Ese jueves estaba deseando volver a repetir la jugada. Ella vino con el mismo jersey azul oscuro pero esta vez con una camisa rosa clara debajo. Y en cuanto tuve ocasión empecé a realizar nuestro habitual ritual de mano en el hombro, la cual iba desplazando poco a poco al cuello de la camisa hasta acabar acariciando el cuello de esa camisa rosa que tan bien le quedaba.

Me tiré mucho rato acariciando así el cuello de su camisa mientras le explicaba cosas en su ordenador pero estaba claro que ese día no me iba a conformar solo con eso por lo que en determinado momento pase mi mano al otro lado de su cuello y empecé a acariciarla el otro cuello de la camisa. Ella como siempre no reaccionó. No sabía si tenía miedo, timidez, intimidación o simplemente que no sabía cómo reaccionar dada su enorme timidez e inocencia. La cuestión es que al cabo de un rato mis dos manos estaban acariciando ambos cuellos de la camisa y que forma suave, muy fetichistamente, empecé a sacarlos por fuera del jersey, quería sacarles esos cuellos de camisa por fuera del jersey, sé que era una gilipollez, pero en el caso de Alexandra era muchísimo, casi como desnudarla.

Me dio un morbo total verla con los cuellos de esa camisa rosa por fuera del jersey. Rompía en cierto modo su impecable y pulcra forma de vestir. Me la imaginé por la mañana en su casa vistiéndose como siempre metiéndose la camisa formalmente por dentro del pantalón y poniéndose su jersey encima para taparla, todo en plan muy formal, pulcro y elegante, y que ahora tuviese los cuellos por fuera era algo que fetichistamente me ponía muchísimo. Me excitaba.

En cualquier otra chica eso sería una tontería total y una bobada, pero en el caso de Alexandra era de un fetichismo brutal que esa niña rica tan pija estuviese un poco desvestida y desarreglada. Ese día no hice más pero esa noche al acostarme y volver a contemplar sus fotos hechas con el móvil me prometí más a mi mismo que no iba el siguiente día a contentarme solo con jugar con los cuellos de su camisa.

Y efectivamente cuando llegó el siguiente jueves mi deseo acumulado por Alexandra estaba a punto de explotar. Ya me daba igual que tuviese solo 17 años, que fuese tan borde, seca, fría y antipática y sobre todo que apenas tuviese tetas. Todo eso me daba igual. Estaba obsesionado por ella y llevaba ya más de un mes aguantando este deseo y anhelo contenido. Como siempre vino con jersey y camisa, no sé si es que mi obsesión por ella estaba al máximo pero lo cierto es que con ese jersey gris y la camisa blanca que llevaba estaba preciosa.

Así tan formal, tan elegante, tan pija y con esa cara de niña buena tan inocente me ponía malo solo verla. Por lo que en cuanto se sentó delante del ordenador empecé con mi ritual de ponerme detrás de ella, jugar con los cuellos de su camisa, sacárselos por fuera del jersey y comprobar por enésima vez que ella permanecía quieta, inmóvil, fría, mirando la pantalla del ordenador como si eso no estuviese pasando.

Mientras acariciaba los cuellos de su camisa no dejaba de mirar el pequeño bulto que hacían sus tetitas en ese jersey gris, lo cierto es que era un bulto muy pequeño, pero me daba igual, y casi sin darme cuenta pase de acariciar los cuellos de su camisa a acariciar su propio cuello, ese cuello precioso que tenía y que tanto morbo me daba. Y casi sin darme cuenta me agaché y le di un beso intento de 2 segundos en el cuello.

Lo cierto es que en ese momento me asusté pues cuando le di ese beso ella pegó un pequeño sobresalto y se alteró moviéndose. Acostumbrado a que siempre estuviese tan fría, hierática e inmóvil que reaccionase así me asustó. Pero enseguida volvió a su timidez, frialdad y embobamiento y quedó quieta.
Era una chica desconcertante. Jamás había visto algo así en toda mi vida. Pero lo único que me importaba es que no había reprochado ni quejado ninguna de mis acciones por lo que tenía carta blanca para seguir. Y vaya que sí aproveché y seguí como contaré en el siguiente capítulo.

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