Nada parecía indicar que pasase de dichas caricias. Que equivocada estaba. Pues cuando menos me lo esperé vi como apartaba el pelo de mi cara. Eso me hizo recordar inmediatamente una de las pocas conversaciones que habíamos mantenido en el pasado. Había sido unas 3 semanas antes y él se limito simplemente a decir que le gustaba mucho mi pelo rubio y que le parecía muy atractiva. Por supuesto no lo hice caso y le obvié por completo. Viendo ahora como me apartaba con delicadeza el pelo de la cara pude cerciorarme de lo verídicas que eran esas palabras de tres semanas atrás y de lo mucho que me anhelaba y deseaba.
No podría describir cómo me sentía. Por una parte, me llenaba de un gran placer comprobar como mi juego de indiferencia durante tanto tiempo estaba dando sus frutos. Si yo hubiese querido me podía haber enrollado a Edu desde el mismo día que nos conocimos, pero eso no era lo que quería mi orgullo. Quería que él realmente me desease, me anhelase y fuese su principal objetivo. La belleza física yo la tenía y sé que desde el primer día que me conoció se sintió muy atraído por mí, pero yo buscaba algo más. Buscaba que el gallito prepotente que encandilaba a todo el mundo se sintiese lo suficientemente perturbado por mí que eclipsase a todas las demás. Y era más que evidente que lo estaba consiguiendo.
En esos momentos, mientras acariciaba tímidamente mi pelo y mi cara, podía percibir sin rastro de duda cómo me deseaba y cómo en su mente (probablemente desde mucho tiempo atrás) llevaba deseando poder hacerlo. Sus caricias eran torpes, nerviosas y en algunos casos precipitadas como con miedo de que me despertasen. Yo las saboreaba mientras me hacía la dormida. Yo no sé si él llegaría a disfrutar, pues sus miedos, nervios e inseguridades al hacerlo delataban que no estaba disfrutando al 100% por miedo a que le descubriese.
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