Todas las dúctiles y suaves caricias que había realizado por encima del jersey las realizaba ahora por encima de la camisa. Yo las notaba más intensamente. Sin casi poder respirar por todo lo que estaba pasando, Edu se precipitó más en sus acciones, pues metió la mano por debajo del jersey hasta llegar a mis pechos. En ese momento se me sobrecogió el alma y quedé paralizada. Me gustaba lo que estaba pasando pero no quería que me tocase las tetas, aunque fuese solo por encima de la camisa.
En ese momento sentí mucha vergüenza de cómo toda esta historia se estaba desmadrando en exceso. Sentí pudor y me avergoncé del absurdo juego de hacerme la dormida. Me planteé el fingir que me despertaba pero era tal la vergüenza que estaba pasando que me quedé petrificada. El hecho, es que en esos momentos, todos mis aires de madurez y seriedad se disiparon, me sentí como una niña de mi edad. Fue la primera vez en mucho tiempo que asumí que realmente era una chica de solo 15 años y no la mujer adulta que fingía ser.
Excusa decir que era la primera vez en mi vida que un chico me tocaba las tetas, aunque fuese por encima de la camisa, lo que produjo un torrente de sensaciones que se amontonaban y aglutinaban unas tras otras: excitación, nerviosismo, vergüenza, rabia, escalofríos y, sobre todo, una sensación de orgullo herido al comprobar cómo mi “venganza” psicológica contra Edu había dado un imprevisible giro de 180 grados y era él el que ahora disfrutaba de la situación que le había servido en bandeja.
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