Puede que esas caricias sobre mi mano me cautivasen pero desde luego lo que me sobrecogió fue como, de manera imprevista, remangó un poco mi jersey y desabrocho lentamente el botón del puño de mi camisa. Fue solo un instante, un segundo. Al cabo de dicho instante pareció arrepentirse de su acción y me lo volvió a abrochar para, acto seguido, volver a desabrochármelo. Podía percibir perfectamente su miedo, inseguridad y lo muy cohibido que estaba.
El que yo me siguiera mostrando impasible ante tales acciones y siguiera en mi papel convincente de hacerme la dormida debió proporcionarle más valor, pues breves segundos después repitió la misma acción con el otro botón de la otra manga de la camisa. Yo lo noté más confiado, decidido y, aunque seguía notando su miedo y nerviosismo, empezó a adquirir más seguridad en todo lo que fue haciendo a partir de ese decisivo momento.
Dudo mucho que minutos antes se hubiera atrevido a dar más pasos, pero su recién adquirida seguridad en sí mismo y en el control de la situación le aportó más ganas de seguir jugando y de seguir experimentando excitantes sensaciones con estos pueriles juegos. Y, ¿por qué negarlo? yo también estaba un poco ansiosa y expectante ante lo que podía pasar y es que la imprevisibilidad de la situación la hacía más excitante, aunque podía asegurar que también me sentía algo nerviosa e intranquila.
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