Pero no fue necesario, pues antes de que terminaran mis pensamientos escuché como se iba apresuradamente de la habitación. No sé porqué se fue. Quizás se percató de que me estaba despertando, pobre iluso, si él supiera que hasta ese momento fue una marioneta en mis manos.
Fuese como fuese, esa experiencia de los 14 años fue tan impactante que se grabó a fuego en mi mente y fue algo que jamás pude quitarme de la cabeza. Al menos hasta justo 10 meses después, cuando la historia nos brindó una nueva experiencia aún más decisiva y que sí ya marcaría para siempre la relación (que eufemismo llamarlo relación) entre Edu y yo.
Cualquiera podría pensar que esos 10 meses desde que pasó aquello en mi cuarto cambiarían las cosas y las actitudes entre él y yo. Al contrario, se acentuó más aún la indiferencia mutua y a lo largo de esos 10 meses apenas intercambiamos más que alguna conversación trivial y estúpida, como si aquello nunca hubiese pasado. Salvo por una diferencia, ahora ya sí que yo percibía y detectaba su deseo por mí, y aunque ambos disimulábamos de forma muy convincente era palpable la arrebatadora pasión que nos unía. Si esto era así, ¿por qué no directamente enrollarnos? No, eso era demasiado fácil para mi orgullo. Prefería antes enrollarme con otros chicos, al igual que él empezó rolletes con otras chicas, pero el destino nos tenía preparado otro encuentro emblemático.
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