No tardo mucho Rafa en empezar con las caricias por mi pelo y mi cara. Eso en cierta forma me molestó. Pues conservaba muy claro en mi memoria lo mucho que tardó en decidirse Edu a acariciarme las dos veces que me hice la dormida y quería que todo con Rafa fuese exactamente igual, que todo transcurriese de la misma manera, a la misma velocidad y ritmo, que pudiese soñar que estaba ocurriendo espontáneamente y no de forma artificial. De todos modos fue solo una falsa alarma, pues Rafa acabó sorprendiéndome y agradándome, ya que todo se acabó desarrollando como yo lo imaginé.
Rafa lo hizo muy bien, incluso genial, pues se metió perfectamente en su papel de chico nervioso, tímido y apocado que me acaricia con miedo a que me despierte. Note sus dedos por mi pelo, peinándome con cariño con sus propios dedos y con mucho tacto. Sus caricias eran algo torpes, pero suaves y dulces. Me rozaba tanto con la palma de su mano como por el inverso. Hacía contornos de dibujos alrededor de mis ojos, mi nariz y mis labios. Rara vez se mostraba rudo o brusco en sus movimientos o rozamientos. Incluso, se podría decir, que sus caricias seguían el movimiento de la música de jazz de fondo.
No sabría decir si era la música, el ambiente bucólico o las copas de alcohol que habíamos bebido esa noche (probablemente fuese una mezcla de las tres cosas) pero yo empecé a sentirme realmente relajada, dichosa y muy satisfecha de que la fantasía se fuese realizando tal y como la imagine. Había acertado de lleno con Rafa. Mi intuición no me falló en absoluto. Y, aunque fue él el que se lo curró con eso de los susurros durante tres fines de semana, lo consideraba como una victoria mía. Aunque claro, seguro que él estaba disfrutando tanto como yo.
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